martes, 2 de febrero de 2010

El mechero (o le briquet, com vous voulez)

No sé que día era, tampoco la hora, pero justo cuando la puerta del pequeño estanco de la señora Basette se abrió, empezó mi historia.
Una chica de unos diecisiete años entró pidiendo un mechero. Eligió el azul, el quinto empezando por atrás, a mi. Tenía las manos suaves y en el bolsillo unas llaves muy frías. Se llamaba Andrea, lo descubrí cuando una mañana su madre la llamó y me lanzó apresuradamente dentro de un cajón, junto a un paquete de cigarrillos. Me pasaba gran parte del día en un bolso lleno de cacharros que olía a maquillaje. Era una vida mucho más amena, por supuesto, que la del estanco de la señora Bassete. Una noche fuimos a un bar, me dejó sobre la barra y la vi alejarse despacio, hablando distraídamente con la gente de su alrededor. Fue la última vez que vi a Andrea.
Repentinamente una mano menuda y ruda me cogió. Era una mano muchos menos delicada que la de Andrea. No me gustaba. Me metió en un bolsillo que olía mal. No me gustaba en absoluto. Después de unos cuantos kilómetros de oscuridad y de un hedor sospechoso llegamos a su casa. Era un sitio lúgubre, pequeño y claustrofóbico. Enseguida me dejó sobre la mesa y vi como se sacaba una bolsita del bolsillo. Era un polvo blanco que aspiró rápidamente por la nariz, como por acto reflejo. Ese hombre se pasaba los días haciendo eso. No tenia amigos, ni familia, nunca nadie lo venia a visitar; por eso hablaba solo. Tenía la mirada perdida y la voz oxidada, y los pocos dientes que le quedaban estaban sucios y corroídos. Me daba mucha pena. Una mañana cogimos el autobús, el hombre llevaba la ropa tan desaliñada que en mi bolsillo había un agujero enorme. Me deslicé por él hasta caer al suelo; no se percató como era de esperar. Me quedé allí tendido hasta que una manita curiosa y dulce me agarró. Era un niño de unos tres años infinitamente interesado por todo lo que le rodeaba, y eso me incluía a mí. Su madre lo llevaba a rastras de la mano y le decía todo el tiempo: -Simon corre, Simon venga date prisa, Simon no te pares! , sin siquiera mirarlo, era una mujer verdaderamente pesada. Me pasé dos días en un baúl con la compañía de dos osos de peluche, un tren de madera, cinco pelotas de colores, y miles de sueños de la infancia. Simon un día me llevó a la guardería, y la profesora me requisó. Volví a vivir en un bolsillo durante unas horas, pero esta vez con un par de chupetes y un paquete de Kleenex. Esa mujer era un encanto, de verdad. Trataba a los niños como príncipes y princesas y sonreía con tanta dulzura que…Que yo era feliz con ella. Por eso cuando me perdí en este parque lo lamenté tanto. Pero tras un buen rato pensando he llegado a la conclusión que la vida de los mecheros consiste en esto precisamente, ir pasando por vidas ajenas, de mano en mano. Yo hasta el día de hoy he visto muchas cosas, y algunas muy curiosas. He aprendido que las personas son seres tan simples que asusta. Todas tienen miedos, ilusiones, sueños, amores, amistades…Todas se necesitan las unas a las otras. No podrían llevar una vida tan sedentaria como la mía, enseguida se implicarían, no se pararían a observar.
Muy pocas personas conservan un mechero para siempre, y muy poca gente conserva una persona para siempre. Porque, al fin y al cabo ese es el problema, que hay mucha gente pero muy pocas personas.

1 comentario:

  1. que hay mucha gente pero muy pocas personas.


    tú eres una grandisima persona, no dudes de ello, elenita!

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