martes, 15 de marzo de 2011


No hace falta que me digáis eso de que perdéis la cabeza por eso de que sus caderas...

Ya sé de sobra que tiene esa sonrisa y esas maneras y todo el remolino que forma en cada paso de gesto que da.

Pero además la he visto seria, ser ella misma, y en serio que eso no se puede escribir en un poema.

Por eso, eso que me cuentas de que mírala cómo bebe las cervezas, y cómo se revuelve sobre las baldosas y qué fácil parece a veces enamorarse.

Todo eso de que ella puede llegar a ser ese puto único motivo de seguir vivo y a la mierda con la autodestrucción...

Todo eso de que los besos de ciertas bocas saben mejor es un cuento que me sé desde el día que me dio dos besos y me dijo su nombre.

Pero no sabes lo que es caer desde un precipicio y que ella aparezca de golpe y de frente para decirte, venga, hazte un peta y me lo cuentas.

No sabes lo que es despertarte y que ella se retuerza y bostece, luego te abrace y luego no sepas cómo deshacerte de todo el mundo.

Así que supondrás que yo soy el primero que entiende, el que pierdas la cabeza por sus piernas y el sentido por sus palabras, y los huevos por un mínimo roce de mejilla.

Que las suspicacias, los disimulos cuando su culo pasa, las incomodidades de orgullo que pueda provocarte, son algo con lo que ya cuento.

Quiero decir que a mí de versos no me tienes que decir nada, que hace tiempo que escribo los míos.

Que yo también la veo. Que cuando ella cruza por debajo del cielo solo el tonto mira al cielo.
Que sé como agacha la cabeza, levanta la mirada y se muerde el labio superior.

Que conozco su voz en formato susurro, y formato gemido y en formato secreto.
Que me sé sus cicatrices, y el sitio que la tienes que tocar en el este de su pie izquierdo para conseguir que se ría, y me sé lo de sus rodillas, y la forma de rozar las cuerdas de una guitarra.

Que yo también he memorizado su número de teléfono, pero también el numero de sus escalones, y el numero de veces que afina las cuerdas antes de ahorcarse por bulerías.

Que no sólo conozco su última pesadilla, también las mil anteriores, y yo sí que no tengo cojones a decirle que no a nada, porque tengo más deudas con su espalda de las que nadie tendrá jamás con la luna (y mira que hay tontos enamorados en este mundo).

Que la he visto volar por encima de poetas que valían mucho más que estos dedos, y la he visto formar un charco de arena rompiendo todos los relojes que la puso el camino, y la he visto hacerle competencia a cualquier amanecer por la ventana: no me hablen de paisajes si no han visto su cuerpo.

Que lo de "Mira sí, un polvo es un polvo", y eso del tesoro pintado de rojo sobre sus uñas y sólo los sueños pueden posarse sobre las cinco letras de su nombre.

Que te entiendo. Que yo escribo sobre lo mismo. Sobre la misma. Que razones tenemos todos.

Pero yo, muchas más que vosotros.


Carlos Salem

2 comentarios:

  1. Sin palabras me he quedado. Es PRECIOSO.

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  2. De tus caderas a tus pies
    quiero hacer un largo viaje.

    Soy más pequeño que un insecto.

    Voy por estas colinas,
    son de color de avena,
    tienen delgadas huellas
    que sólo yo conozco,
    centímetros quemados,
    pálidas perspectivas.

    Aquí hay una montaña.
    No saldré nunca de ella.
    ¡Oh qué musgo gigante!
    ¡ Y un cráter, una rosa
    de fuego humedecido!

    Por las piernas desciendo
    hilando una espiral
    o durmiendo en el viaje
    y llego a tus rodillas
    de redonda dureza
    como a las cimas duras
    de un claro continente.

    Hacia tus pies resbalo,
    a las ocho aberturas,
    de tus dedos agudos,
    lentos, peninsulares,
    y de ellos el vacío
    de la sábana blanca
    caigo, buscando ciego
    y hambriento tu contorno
    de vasija quemante!

    EL INSECTO
    Pablo Neruda.

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